miércoles, 29 de octubre de 2008

El cooperativismo como solución a la crisis

Por Arturo Trujillo en http://www.diariodeavisos.com/

Si definitivamente fuese así, si se confirmase que este sistema de cooperativismo pudiera ayudar a determinadas empresas en situación delicada, creo que sería el momento de dar a conocer los principios y valores del cooperativismo, ya que son éstos los que constituyen las reglas básicas del funcionamiento de este tipo de organizaciones.

Y, por supuesto, habría que generar algunas medidas de tipo económico que contribuyesen a suavizar los problemas financieros de esas cooperativas. Tal vez mediante la firma de convenios que les permitan realizar inversiones sin necesidad de poner en peligro las sociedades o incrementando los avales para obtener la titulación de los préstamos y créditos necesarios.

Por supuesto que el cooperativismo no es la panacea contra la crisis. Ni mucho menos. Pero por probar, no pasa nada.Y es que, hasta hace muy pocos días, estaba bastante convencido de que en la economía moderna, en esa economía globalizada que poco a poco se quiere imponer, el modelo de cooperativa, como forma de hacer economía y crear puestos de trabajo, estaba totalmente anacrónico. Pero nada más lejos de la realidad. Parece que este viejo modelo comienza nuevamente a ser una posible alternativa económica.

Por lo menos así parece desprenderse de las intenciones hechas públicas por algunas empresas importantes como, por ejemplo, las que conforman el grupo empresarial Eroski.Este grupo ha anunciado, muy recientemente, su intención de convertir cada uno de sus negocios, a partir del año próximo, y salvo las empresas participadas, en cooperativas mixtas de trabajo asociado.

Algo que va a significar una auténtica revolución en su estructura, puesto que los más de 50.000 trabajadores que actualmente lo integran van a poderse convertir en propietarios del mismo, con participación efectiva y directa en la gestión (intervendrán en la planificación anual de los objetivos propios y globales de la empresa) y los beneficios (el 40 por ciento se repartirá entre los socios), y sin perder la condición de trabajadores asalariados.

Con esta iniciativa, los responsables del grupo dicen que pretenden llevar a cabo una simplificación organizativa que, por cierto, conviene en los tiempos que corren, así como una relación más estrecha y un sentido de pertenencia mayor de la plantilla, en coherencia con los principios cooperativos y siempre bajo el prisma de que el principal activo que tienen las empresas son los trabajadores.

Y es lógico, puesto que no se nos escapa que las personas que trabajan para ellas mismas se implican y se comprometen más a la hora de intentar buscar mejores resultados. Y en este caso aún más, como propietarios y protagonistas en su calidad de socios, equiparada a la de accionistas, y asumiendo todas las responsabilidades que se derivan de la propiedad del capital.

Hace algunos días el propio Gobierno de Canarias, a través de su Servicio Canario de Empleo, anunciaba la promoción de una serie de subvenciones, cofinanciadas con el Fondo Social Europeo, para fomentar la incorporación de socios trabajadores a cooperativas. Y volví a interesarme en este sistema.

Porque, sin saber exactamente cuál es la razón, estaba convencido que el cooperativismo, que precisamente en el año 1975 lo convertí en el tema de mi tesina -"Estudio sobre el desarrollo Cooperativo"- había alcanzado su máxima utilidad en los años setenta y ochenta como fórmula de salvación para un importante número de empresas en quiebra, a punto de cerrar, si no se llevaba a cabo una reconversión de las mismas y que, ahora, en estas fechas, esa fórmula ya no tendría la misma eficacia.

Pero estas dos informaciones relacionadas con el mundo del cooperativismo me han hecho pensar que posiblemente estamos viviendo un resurgir de este modelo abierto a la participación de los trabajadores en las empresas y que podría ser adecuado para ayudar a algunas de ellas ante la actual situación de crisis que golpea sus economías. Porque las ventajas que ofrece son importantes.

Entre ellas, incentivos fiscales, bonificaciones fiscales en el Impuesto de Actividades Económicas y de Sociedades, exención del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados y, lo que también es muy interesante, la posibilidad de que estas sociedades puedan disponer de subvenciones para su promoción, internacionalización, comercialización y desarrollo.

Creo que las administraciones públicas, obligadas en estos momentos de crisis a buscar medidas que incentiven la actividad económica para paliar, sobre todo, los efectos del desempleo, deben estudiar las posibilidades que ofrece este modelo socioempresarial cooperativo y sopesar los pros y los contras del sistema. Por lo menos intentarlo, antes de acudir al siempre desagradable Expediente de Regulación de Empleo y en evitación de despidos masivos.

Deberán ser, por tanto, las administraciones las que tendrán que sopesar si es conveniente, o no, el fomento de dicho modelo para hacer frente a las necesidades y aspiraciones económicas de aquellas empresas que atraviesan por una delicada situación económico-laboral, o que tienen dificultades para acceder a los mercados exteriores.

Dicen que las crisis agudizan el ingenio. Y para mí que eso es muy cierto. Sobre todo cuando compruebas cómo importantes empresarios se afanan por utilizar la imaginación para buscar novedosas fórmulas que les ayuden a salir del delicado momento en el que la crisis los ha sumido. Pero nunca creí que una de estas fórmulas pudiese ser la del retorno al sistema cooperativista. La del cooperativismo moderno cuyo punto de partida se sitúa en 1844, cuando se constituye en Inglaterra una cooperativa de tejedores con el nombre de Rochdale Society of Equitables Pioners.

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